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Uno escucha una canción que le gusta y siente la necesidad de compartirla pero en esos momentos, sus allegados están trabajando o no tienen tiempo para atenderle. Incluso, puede que si lo hacen ni siquiera lo comprendan. La escritura siempre ha tenido una función terapéutica así que nos dedicamos a hacer uso de ella, a volcar todo lo que se nos pasa por la cabeza, en un soporte que es cómodo, rápido, que nos gusta visualmente y que, a pesar de garantizarnos el anonimato, no excluye que alguien nos lea y, oye, quién sabe, lo mismo compartimos pensamientos o ideas con otro solitario.
He recuperado estos días el Como la cabeza al sombrero y con él un temazo que tenía casi olvidado, que ha vuelto a ponerme el vello de punta, como hace años solía pasarme. En esta canción, el protagonista escribe cartas que son un grito desesperado lanzado a la nada, buscando un poco de cariño, esperando una respuesta que no llegará, pero el solo hecho de establecer esta comunicación unilateral ya alivia su pena. Manolo García da rienda suelta en esta letra a sus filias personales, como esa comunión con la Naturaleza en la que sólo ver el amanecer junto a la persona querida, chispas blancas sobre un rojo violento, ya cura todos los males y la tristeza. Y las cabañas, ese símbolo de protección, de aislamiento del mundanal ruido que tanto le gusta a García, y que yo comparto plenamente.
En resumen, En los árboles es una joyita en un disco que es como un paseo por el bosque, lleno de texturas, melodías, colores y secretos ocultos que merece la pena descubrir, con atención y calma.
EL ÚLTIMO DE LA FILA: EN LOS ÁRBOLES
(Como la cabeza al sombrero, 1988)
A veces escribo cartas para no sentirme atado,
para no aferrarme a remilgos que yo quisiera abolidos
de mi vida. De mi vida.
Y pinto de colores los sobres. En el remite soy un enigma.
Espero siempre una respuesta para sentirme querido
como los niños chicos. Como los niños chicos.
Mensajes que llegaran, papeles envolviendo una piedra.
Mensajes de cariño que rompìeran el cristal de mi cuarto.
Quién pudiese ingerir un fármaco precioso...,
Convertir en realidad todos esos sueños.
Cartas que me dijesen cosas bonitas
como que vendrás a maullarme de contraseña en la madrugada
bajo mi ventana. Bajo mi ventana.
Que corriéramos campo a través, a la luz de los fulgores del alba.
Chispas blancas sobre el rojo violento. Y que hiciésemos cabañas
en los árboles. En los árboles.
Mensajes que llegaran, papeles envolviendo una piedra.
Mensajes de cariño que rompieran el cristal de mi cuarto.
Quién pudiese ingerir un fármaco precioso...
Convertir en realidad todos esos sueños.
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