ROCÍO DÚRCAL: CAMINO DE LA FELICIDAD
Ah... el yeyé...
Mucho antes de que Raphael fuera in y lo reivindicaran los frikis e hiciera dúos con Fangoria. Mucho antes de que en ciertos pubs mainstream sonara Drácula yeyé (lo prometo, ¡que me aspen si no es cierto!). Mucho antes de que se reconociera a Los Brincos como uno de los mejores grupos de nuestra historia. Antes, mucho antes de que se llevaran los vestidos de los 60 y Zara lanzara abriguitos estilo Audrey y las bakalatas llevaran chaquetitas estilo Jackie. Antes, en fin, de Cine de Barrio y mucho antes de que los 60 nos re-invadieran y se publicaran ediciones en cd de cientos de grupos hasta entonces descatalogados o perdidos en vinilos polvorientos en algún almacén de gran superficie.
Mucho antes de todo esto, queridas piltrafillas y sin embargo amigos, yo escuchaba yeyé en mi casa y me lo pasaba pipa (entonces lo llamábamos "música de los 60", sonaba algo y tus padres siempre, pero siempre, decían "yo bailaba esto en los guateques"). Y vayan por delante dos importantes aclaraciones en mi declaración de principios:
1. Ni antes, ni ahora, era ni soy una experta en yeyé. Que gracias a la red y a algunas fiestas he conocido cientos de grupos que jamás había oído pero vamos, que mis enseñanzas básicas han sido de lo más obvio dentro del género: Dúo Dinámico, Bravos, Brincos, Beatles y poco más. Lo que sonaba en mi casa, aunque eso sí, en mi casa sonaban muchas cosas, afortunadamente.
2. Todo esto no refleja más que lo cíclico de nuestra vida y nuestros gustos. Nadie nace iluminado por la varita de nada, simplemente recuperas discos que tus padres escuchaban, les preguntas cosas para enterarte de qué era aquello y como mucho, lees sobre el tema, te enteras de lo que algunos coleccionistas, que tienen tu misma edad, atesoran y recomiendan. Pero ya está. Tan sencillo como eso.
Por lo tanto, no es cuestión de ponerse purista ahora, que no lo he sido nunca. Yo escuchaba yeyé y sigo haciéndolo, porque me divierte a rabiar, porque es una de tantas cosas de décadas pasadas que me interesan (sí, yo me he leído todo Celia y todo Antoñita la fantástica, qué pasa) y porque esas canciones para mí suenan a tiempos mejores, a recuerdos, a mis padres, a cuando yo no existía y ellos eran un poco más felices, a sesión doble en el cine y a picú. Tampoco pienso entrar en diatribas políticas, no hay por qué aclarar lo evidente de aquel momento en España. Ellos eran más felices porque eran jóvenes. Y punto.
Por todo esto, cuando murió Rocío Dúrcal el año pasado yo sentí un pellizquito en mi corazón porque, de alguna manera, se iba parte del mundo de mi madre (quien, por cierto, era muy parecida a ella de jovencita) y por lo tanto, fue como si me la quitaran un poco, adelantando lo que espero que tarde muchos años en llegar. Lo mismo que le sucedió a ella con mi abuela cuando murió Lola Flores, sólo que entonces yo tenía 18 y no lo entendí. Hace ya años que me compré discos de la Dúrcal y pienso que es la mejor voz que hemos tenido, especialmente en el yeyé. Quizás su imagen me sigue pareciendo excesivamente cursi y edulcorada, pero su voz me parece insuperable, una maravilla.
Con todo esto, he recuperado uno de mis temas favoritos de ella, incluido en la película La chica del trébol, un melodrama ñoño sobre una chica pobretona de barrio que se hace pasar por rica para ligarse al pijo, que naturalmente la deja en cuanto sabe de sus humildes orígenes. Un cuento de hadas truncado pero con doble moraleja: no mentirás y ¿para qué aspirar a más de lo que eres, con lo feliz que estás en tu barrio pobre? Así eran también los 60, por eso sobra explicar lo obvio, como ya he dicho.
Y no lo puedo evitar, es que este temazo me pone de buen humor, me llena de energía positiva, me hace sonreir, me pone los pelos de punta... yo qué sé, me traslada a esos tiempos en los que nunca viví. Disfrútenla.
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