martes, 22 de julio de 2008

Sin palabras

HOY NO HAY CANCIONES

Tengo la extraña costumbre, casi ritual, de no escuchar durante un tiempo nada de un artista que me haya conmovido en un concierto. Imagino que mi alocada cabeza no quiere recordar que la magia se ha esfumado, que he vivido unos instantes únicos y que luego la vida sólo puede volver a ser igual de gris. La sensación de tristeza e intranquilidad dura unas semanas, unos meses, hasta que todo vuelve a su lugar y vuelvo a alegrarme de oir cantar a quien me ha hecho feliz, en la superación personal de una especie de proceso de duelo interno.

Lo que vivimos el domingo en Benicàssim no se esfumará nunca de mi memoria. Siento ahora cierta melancolía porque todo ha terminado, porque jamás volveré a sentir en el Escenario Verde las sensaciones que viví hace poco más de 24 horas, aunque vuelva a emocionarme. No será igual, vendrán otros, otras canciones, otras personas, pero jamás volveré a ver a Leonard Cohen y Enrique Morente y familia, en eso que los críticos llaman "estado de gracia". Me queda el consuelo de que durante toda mi vida podré decir "yo estuve allí" y no será una presunción ni el afán de centrar una conversación, sino el suspiro de alguien que conoció un anochecer de julio la felicidad en forma de música, la tocó, se dejó envolver por ella, y se vio obligada a dejarla marchar.

Porque estuve allí, haciendo una cola absurda que se esfumó en cuanto abrieron las puertas del Escenario Verde, demasiado tarde para los que nos apiñábamos allí, demasiado pronto para la historia del festival. Estuve allí abanicándome junto a aquella cuarentona rockera ("yo soy de ACDC") que había ido sola a ver "a Enrique y Leonard". Allí vimos aparecer al altísimo y elegantísimo canadiense, con sonrisa de abuelo entrañable, que dejó atrás todas sus rarezas e inició su actuación con Dance me to the end of love, arrodillado frente a su público. Y escuché todo el repertorio que tanto me ha ayudado a soñar: Suzanne, I´m your man, So long Marianne, Everybody knows, Hallellujah y tantas otras. Y cuando desapareció de mi vista supe que nunca volveré a ver a este hombre y me quedó un resquicio de tristeza en los ojos.

Más tarde vinieron las risas, los colegas, el reencuentro con una amiga que hace años que no veía, y entonces nos dispusimos a escuchar la fusión entre Enrique Morente y Lagartija Nick.

Cómo explicarme... durante una hora más de 20 personas (palmeros, coro de mujeres, bailaores, guitarristas) cogieron mi alma y la sacudieron, a golpe de raza, de talento divino y de cante apasionado, en el mismo escenario en el que los modernos han visto a Oasis, Blur, Nick Cave, Radiohead o al insoportable Morrissey. Pero faltaba la voz de Estrella Morente para elevarnos un poco sobre el sucio asfalto del Fib y la piel se me erizó al oir me condenaron a 20 años de hastío y reconocer el First we take Manhattan, reforzado por Enrique Morente y los coros de gitanos ante los que me habría gustado en ese momento arrodillarme, como había hecho horas antes el propio Cohen. Y faltaban las guitarras y la batería de Lagartija Nick para confirmar que definitivamente, nunca volveríamos a sentir aquello y sólo podía mirar en silencio a mi vieja amiga Isabel que, con un gesto de alucine, se señalaba el vello del brazo, tan de punta como el mío. Y faltaba el Take this waltz para que la fiesta culminara en una apoteosis de alegría en la que hubo hasta niños en el escenario... y Estrella Morente se mezcló con las Negris... y todos se miraban entre ellos con júbilo y un brillo en los ojos que provocaba la envidia del público... y Enrique ejerció de sacerdote en aquella fiesta pagana que tanto tuvo de acto de fe. El enorme predicador, que había entonado el Hallellujah en clave gitana minutos antes, nos miraba y sonreía, viendo que éramos quizás 25.000 fieles los que vibrábamos extasiados frente a él, anochecida la playa de Benicàssim a nuestra derecha, mientras en otra carpa actuaba un tal Richard Hawley...

Imposible reproducir de otra manera lo que viví el 20 de julio de 2008. Alguien me dijo al terminar: "puedo ver a Richard Hawley cuando quiera pero esto no podía perdérmelo". Hubo quien, en clave de humor, me dijo: "Morrissey va a pedir ahora que le saquen a las Negris porque si no, a ver cómo supera esto".

Cuando miré al cielo, vi que había luna llena, o eso me pareció en mi delirio de felicidad. Y sólo pude pensar que las personas que habían desfilado por el Escenario Verde están tocadas por la mano de Dios. No se me ocurre otra explicación.

Las canciones, otro día. :)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Uffffffff a mí de leer tu crónica se me han puesto los pelos de punta.....ciertamente creo que me he perdido algo irrepetible....y lo siento, pero me alegro de que lo hayas vivido....

Harpo dijo...

Pues menos mal que el programa no te seducía tanto como otros años... Eso del vello erizado es totalmente eléctrico, pero nada tiene nada que ver con guitarras, altavoces y focos: es síntoma de energía entrante, son esas exhaustas baterías del viernes por la mañana, que casi siempre se recargan así, con nutrición espiritual, y cuando no dan más asoman por las últimas puntas del cuerpo. Como dice margalietor, leyéndote dan ganas tardías de haber ido, a todo menos a la cola, pero creo que nadie lo disfrutaría tanto como vos, rubia. Seguro que ya no tienes sueño,