LEONARDO FAVIO: FUISTE MÍA UN VERANO
Un día entré con mi padre en una tienda de discos (Harmony) en la que el dueño debía ser quizá un poco más joven pero de la misma quinta. Tendría yo 15 o 16 años y estaba en la época en la que todavía muchas cosas te dan vergüenza. Fui a mirar algo al fondo de la tienda y vi, con cierto rubor, cómo él se dirigía al dueño con toda naturalidad y le decía: Tengo una frase en la cabeza, a ver si sabes quién cantaba esto, “hoy la vi, fue casualidad”, no recuerdo nada más…
Cuando pensaba que nos echarían por locos, observé fascinada cómo el hombre, sin mediar palabra, contestaba: “yo estaba en el bar, me miró al pasar”, Leonardo Favio, es “Fuiste mía un verano”. Y a continuación los dos se pusieron a comentar emocionados las virtudes de aquel tipo para mí desconocido, que por aquel entonces todavía no tenía la reedición de grandes éxitos que mi padre buscaba. Todo mientras yo me sentía absurda mirando algún disco igualmente absurdo, de vaya usted a saber qué grupo de moda del momento.
Años después mi padre pudo por fin comprar los grandes éxitos del argentino Leonardo Favio en cd y pudimos cantar a grito pelado en el coche esa canción, o “Ella, ella ya me olvidó” (de la que Corcobado hizo una desastrosa versión en el 2003), o aquel canto a la infancia que era “pantalón cortito, bolsita de los recuerdos”. Mi padre me explicaba emocionado la ternura de esa canción o de aquella otra en la que el niño protagonista entierra a su canario en una cajita de lápices, “la cajita de madera, la misma que un día contuviera lapicitos de color”…
No puedo escuchar a Leonardo Favio sin sentir ganas de llorar. Y por eso lo he elegido hoy, cuando hace siete años que mi padre se fue para siempre, privándonos de su conversación, su risa, sus reflexiones. Ya no habrá más canciones, más grupos, más anécdotas, no más viajes, no más playa, no más conciertos, no más películas compartidas en la televisión de casa, no más hermanos Marx, no más Cantinflas, no más Tip y Coll. Adiós a Bruno Lomas, a los Huracanes, a los crímenes del museo de cera, la muerte tenía un precio, las pelis carcelarias y el gordo y el flaco. Nunca más una firma en un libro que coges de la estantería, nunca más un “ven a recogerme, por favor” y por supuesto se acabó la risa.
Conste que cuando termine estas líneas no volveré a hablar del tema y no quiero llantos, que decía Lorca. Pero por un instante creo que tengo derecho a gritar en el silencio de la web que estoy harta, que a veces no puedo sola con todo y que lo que me ha tocado vivir es una puta mierda. Y ya sé que mucha gente vive la misma mierda, que hay cosas peores, que soy mayorcita y blablabla. Pero también hay cosas mejores, no nos olvidemos.
Hace unas semanas en Anatomía de Grey uno de los personajes perdía a su padre y la china (Dios, cómo la odio) le decía algo como “ya estás en el club de los padres muertos, quien no pasa por esto no sabe lo que es”. Pues eso, no tengo mucho más que añadir. Desgraciadamente he visto a más gente unirse a este club macabro en estos años. Repito, es una mierda.
Sólo quería desahogarme.
Un día entré con mi padre en una tienda de discos (Harmony) en la que el dueño debía ser quizá un poco más joven pero de la misma quinta. Tendría yo 15 o 16 años y estaba en la época en la que todavía muchas cosas te dan vergüenza. Fui a mirar algo al fondo de la tienda y vi, con cierto rubor, cómo él se dirigía al dueño con toda naturalidad y le decía: Tengo una frase en la cabeza, a ver si sabes quién cantaba esto, “hoy la vi, fue casualidad”, no recuerdo nada más…
Cuando pensaba que nos echarían por locos, observé fascinada cómo el hombre, sin mediar palabra, contestaba: “yo estaba en el bar, me miró al pasar”, Leonardo Favio, es “Fuiste mía un verano”. Y a continuación los dos se pusieron a comentar emocionados las virtudes de aquel tipo para mí desconocido, que por aquel entonces todavía no tenía la reedición de grandes éxitos que mi padre buscaba. Todo mientras yo me sentía absurda mirando algún disco igualmente absurdo, de vaya usted a saber qué grupo de moda del momento.
Años después mi padre pudo por fin comprar los grandes éxitos del argentino Leonardo Favio en cd y pudimos cantar a grito pelado en el coche esa canción, o “Ella, ella ya me olvidó” (de la que Corcobado hizo una desastrosa versión en el 2003), o aquel canto a la infancia que era “pantalón cortito, bolsita de los recuerdos”. Mi padre me explicaba emocionado la ternura de esa canción o de aquella otra en la que el niño protagonista entierra a su canario en una cajita de lápices, “la cajita de madera, la misma que un día contuviera lapicitos de color”…
No puedo escuchar a Leonardo Favio sin sentir ganas de llorar. Y por eso lo he elegido hoy, cuando hace siete años que mi padre se fue para siempre, privándonos de su conversación, su risa, sus reflexiones. Ya no habrá más canciones, más grupos, más anécdotas, no más viajes, no más playa, no más conciertos, no más películas compartidas en la televisión de casa, no más hermanos Marx, no más Cantinflas, no más Tip y Coll. Adiós a Bruno Lomas, a los Huracanes, a los crímenes del museo de cera, la muerte tenía un precio, las pelis carcelarias y el gordo y el flaco. Nunca más una firma en un libro que coges de la estantería, nunca más un “ven a recogerme, por favor” y por supuesto se acabó la risa.
Conste que cuando termine estas líneas no volveré a hablar del tema y no quiero llantos, que decía Lorca. Pero por un instante creo que tengo derecho a gritar en el silencio de la web que estoy harta, que a veces no puedo sola con todo y que lo que me ha tocado vivir es una puta mierda. Y ya sé que mucha gente vive la misma mierda, que hay cosas peores, que soy mayorcita y blablabla. Pero también hay cosas mejores, no nos olvidemos.
Hace unas semanas en Anatomía de Grey uno de los personajes perdía a su padre y la china (Dios, cómo la odio) le decía algo como “ya estás en el club de los padres muertos, quien no pasa por esto no sabe lo que es”. Pues eso, no tengo mucho más que añadir. Desgraciadamente he visto a más gente unirse a este club macabro en estos años. Repito, es una mierda.
Sólo quería desahogarme.
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