sábado, 17 de mayo de 2008

¿Director de cine?

LEONARDO FAVIO: DING DONG, SON LAS COSAS DEL AMOR

Cuando alguien se marcha, los que se quedan tratan de atesorar recuerdos, fabricando una imagen a la que recurrir en momentos de tristeza, una especie de pañuelo, algo que nos acompañe y nos ayude a sentirnos menos solos. Craso error. Lo que conseguimos es mitificar a los muertos porque no nos interesa acordarnos de lo malo y, cuanto más recordamos a los que faltan como personas irremplazables, más duro nos resulta salir adelante en el vacío que nos dejan. En las etapas del duelo está la negación, la tristeza, el enfado y algo que no sé cómo se llamará, pero es la culminación del proceso (que puede durar décadas) y llega cuando uno se ha hecho una especie de llavero con sus recuerdos, un pequeño talismán que va contigo todos los días y al que sacas brillo con frecuencia, ante el pasmo de los que no saben de qué va esto de la muerte, y es una canción, una palabra, una película, un comentario o simplemente un pensamiento el que te hace recordar que tienes a esa persona contigo, que jamás se irá. Esto que suena tan absurdo es el único consuelo que te queda tras la putada de que alguien cercano fallezca. Es lo que hay.

En el proceso que en sí mismo supone buscar recuerdos para crear la imagen imborrable de la persona amada, hay una ayuda de dimensiones infinitas. Un hecho que parece mínimo pero que, incluso décadas después, es capaz de arrancar lágrimas a los ancianos que recuerdan a sus padres. Alguien me lo dijo un 17 de mayo y nunca lo olvidaré: verás cómo te gustará a partir de ahora que otras personas te hablen de él, lo conocerás en momentos en los que tú no estabas y eso te va a encantar. No ocurre muy a menudo pero cuando llegan esas aportaciones externas, una las coge y las guarda como una piedra preciosa, con cuidado porque no son recuerdos propios y pueden quebrarse con facilidad, y el viaje que han recorrido hasta llegar a tu conocimiento los hace especialmente valiosos.

Hace unos 5 años tuve un problema en un ojo y necesitaba resolverlo con urgencia. Por indicación materna, fui a la consulta de un antiguo amigo de mis padres, al que no conocía, y que resultó ser un hombre encantador que me atendió con amabilidad extrema, por ser vos quien sois. Cuando me estaba mirando la retina me dijo algo que no olvidaré: "¿Tú sabías que tu padre de pequeño quería ser director de cine? Siempre me acordaré de cuando éramos chavales y él me decía que quería ser director de cine." Tuve que hacer esfuerzos, dada la situación de mi ojo, para que no se me llenara de lágrimas. Y sonreí. Jamás olvidaré aquellas palabras.

Cumplo hoy con algo que va camino de ser una tradición: escuchar a Leonardo Favio en el día en el que se cumplen 8 años de un día aciago. Aunque, viéndolo ahora con cierta perspectiva, puedo decir que llevo 8 años recopilando recuerdos y sacándole brillo a mi amuleto personal, a mis vivencias y a las enseñanzas que llevo grabadas a fuego en la mente. Porque, no voy a negarlo, qué duro es todo esto, pero he alcanzado el momento en el que llevas a esa persona a todas partes en tu corazón y en tu mente. Ya hace años que nado sin flotador, voy en bicicleta yo solita sin ayuda, me como todo el plato de verduras y, qué cosas, me han llegado a gustar.

Por eso hoy puedo oir al argentino Leonardo Favio y reirme. Y aunque siempre siento un pellizco en el corazoncito al escuchar esta voz tanguera y un poco cavernosa, sonrío, sonrío pensando que en algún lugar, alguien también sonríe. Aquí está Favio con Carola, su guapísima mujer, a la que dedicó en otra ocasión aquello de me gusta coger la guitarra y hacerle el milagro de una canción, decirle que todo mi sueño gira en torno suyo porque ella es mi amor. Este tema, Ding dong, las cosas del amor, era uno de los que sonaba a todo volumen en el coche de mi padre allá por el 99 y lo cantábamos a grito pelado. Disfrútenlo. Y sonrían. :)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Con la de tiempo que hace que te conozco y la risas que nos hemos echado, hoy es el primer día que me haces llorar.
Es lo mas bonito que he leído en mucho tiempo.
Bonicaaaaaaaaaaaaaaaa!

(Y que se tenga que hacer una un feisbuk para saber que tienes este blog tan guay,,,)

Margaret Dumont dijo...

¡Oye! ¡Pues se trataba de sonreir! Nunca hay que dejar de reirse, nunca. :P

Wanderer dijo...

Bueno, tras haber escuchado a lo largo del día alagos desde diversos puntos estratégicos de la geografía, a los cuales me sumo, me alegra saber que lo que pensé en su momento una metedura de pata (confesarle a ciertos “amigos” que este blog era buenísismo, lo cual originó tensiones cercanas a la tortura para sonsacarme la dirección) pueda ser estupendo para la señora Dumont. Ufff, qué alivio desprenderme de informaciones no reveladas. No te diré cómo lo descubrí pero los gin tonics, al contrario de lo que se piense, suelen aportar cierta cordura y algo de ingenio, aunque los rostros parezcan de locos y atontados, ya se sabe. Que Freija se apiade de nosotros y nos reciba en Folkvangr sin rencores por no haber bailado cierta noche…
Ah, y lo que dices sobre quienes nos dejan no suena absurdo, yo tardé mucho tiempo en darme cuenta y, en fin, ojalá me hubieran recomendado a tu médico...