THE BEATLES: HERE COMES THE SUN
It's been a long cold lonely Winter
#3. Música en streaming: siempre puedes poner libros o macetas en las estanterías.
Quiero hacer un pequeño homenaje a mi padre en este post, pero sin dramas ni tristeza como en otras ocasiones. Mi padre murió hace 11 años y ésa es mi medida de tiempo para calcular cómo ha cambiado "todo" en cuanto a tecnología y formas de vida, porque a partir de aquel momento la revolución avanzó a pasos agigantados, con la firme decisión de que nada tuviera marcha atrás.
Mi padre fue a uno de los dos míticos conciertos de los Beatles en España, concretamente al de Madrid, con un amigo en un 600. Presumía como es lógico de aquella hazaña y, como también habrán deducido, profesaba un apasionado amor a la banda de Liverpool. Uno de los deseos de mi padre era reunir toda la discografía de los Beatles, ya que tenía vinilos sueltos, para tenerlo todo localizado y archivado. Un día un amigo suyo se hizo con el botín en CD y mi padre procedió a copiarlo todo en cassetes, cuidadosamente rotulados y guardados en una caja (los Dumont somos así) y aquello se convirtió en un preciado tesoro. Por supuesto, las copias en CD eran algo ilusorio y no digamos ya todo lo que vendría después.
Con la música en streaming se ha perdido la necesidad de atesorar discos, pero en general música. La pregunta ya no es "¿cuánto hace que no te compras un disco?" sino, "¿cuánto hace que no te bajas/descargas un disco?", porque quién quiere desperdiciar megas de memoria si en Spotify está todo lo que uno pueda desear, al instante. Y ni siquiera hace falta cargar con el ordenador, uno lleva en el móvil todo lo que necesita. ¿Estamos ante el fin de una era? ¿Se acabaron las carátulas, los libretos e incluso los reproductores de mp3? ¿Qué será lo próximo?
En mi casa todavía conservo una pletina de cassette y el otro día hice limpieza y criba de cintas. Y lo encontré. El tesoro de mi padre, la niña de sus ojos, la culminación de un sueño: un montón de cassettes con toda la discografía de los Beatles. Y qué quieren que les diga, no lo pienso tirar, por nostalgia y porque tengo la inquietante sospecha de que en algún momento todo va a estallar y el mundo dejará de girar tan rápido y las cosas volverán a su ser y entonces vendrán ustedes a buscarme para que les deje escuchar mi cintas de los Beatles y lo haré gustosamente.
Ah, lo olvidaba, tampoco tiraré mis cassettes porque hasta el momento los Beatles son los grandes ausentes de Spotify, que no de otras webs de streaming. No todo está perdido. :)
Por cierto, el siguiente objetivo de mi padre, nunca cumplido, era hacerse con la discografía de Elvis.
jueves, 4 de agosto de 2011
jueves, 14 de julio de 2011
Nuevos usos y costumbres musicales II
JAY JAY JOHANSON: SO TELL THE GIRLS I'M BACK IN TOWN
I've been on vacation [...] to reach my destination, now I'm coming home
#2. "Discos de una sola canción": ¿el árbol no te deja ver el bosque o el bosque no te deja ver el árbol?
Tampoco nos llevemos a engaño, que lo que los americanos denominaron one hit band ha existido toda la vida. Esos grupos que son flor de un día, con una canción, hipsters los llamaban los modernos, algunos por mala suerte y otros, hace más tiempo, porque eran bandas prefabricadas por discográficas para triunfar con un solo pelotazo, especialmente en fechas veraniegas.
Pero el fenómeno que hoy nos ocupa se viene observando hace unos años, ya me lo decían muchos amigos, que no dejaban de escuchar discos "de una sola canción", trabajos en los que te quedas con un tema porque el resto es bazofia o porque el tema en cuestión sobresale con mucho de entre el resto. A mi mente viene un ejemplo que quizás no sea el más apropiado, pero ya lo he dicho en otra ocasión: la bomba con tintes northern que para mí es el Mercy de Duffy se encuentra en un disco altamente soporífero, lo cual nunca dejará de sorprenderme. Y por cierto, que esta chica, quitando el Rain on your parade, tampoco ha hecho nada más digno de mención.
Los nuevos usos y costumbres musicales no han hecho más que fomentar este fenómeno. Pero si nos retrotraemos en el tiempo, veremos que no es más que la culminación de un hábito que venía asentándose entre la comunidad melómana. En mi caso personal, la revolución inicial se produjo con un equipo de música que incluía una doble pletina de cassette con búsqueda de tracks, esto es, una opción para que al rebobinar o avanzar la cinta, se detuviera al final o al inicio de una canción. Fascinante para una época en la que el CD todavía era algo incipiente. Más adelante los precios bajaron y le cogimos gusto al compacto y entonces sí que vino la toma de la Bastilla: ¡puedes elegir qué canción escuchar! Adiós a esos aburridos discos en los que la joya estaba al final y adiós en general al último tercio de cualquier disco porque uno empieza a escucharlos y, si no los termina, nadie vuelve a poner el CD en el track en el que se quedó. ¿Y recuerdan la opción de programar las canciones? ¿Alguien la usó alguna vez? Dos pájaros de un tiro, te cargabas el significado de un disco y potenciabas el arrinconamiento de las canciones que a nadie le apetece escuchar. Qué cosas.
Por supuesto en todo este ambiente transgresor circulaban las cintas de cassette con "grandes éxitos", en las que uno se grababa solo sus canciones favoritas. Más adelante haríamos lo mismo con CDs. Guaaaaau.
Y entonces llegó el mp3 y con él llegó el escándalo. Descargas legales o ilegales y un fenómeno curioso: los discos dejan de ser una obra cerrada para convertirse solo en una colección de canciones, en las que uno coge las que le gustan. Te compras temas en Itunes o bien te bajas lo que te apetece, porque sabes que hay una canción de un artista que pega y te la trae al pairo el resto de sus temas o su discografía. Te haces una lista de reproducción en Spotify o Youtube y concentras lo mejor de lo mejor. ¿Cómo no va a haber discos de una sola canción? Y esto nos lleva a mi pregunta inicial: ¿hacen discos mediocres los artistas/sellos con un trallazo sabiendo que solo se escuchará éste o el público se ha acostumbrado a coger la canción que más le gusta, descartando el resto de tracks? ¿El árbol no nos deja ver el bosque o el bosque nos impide disfrutar del árbol?
Para ilustrar estas reflexiones, les traigo un ejemplo personal. Un temazo de Jay Jay Johanson, cuyo disco tuve entero en mi Ipod pero acabé por descartar a excepción de esta joyita. ¿Craso error? No llego a todo... :)
I've been on vacation [...] to reach my destination, now I'm coming home
#2. "Discos de una sola canción": ¿el árbol no te deja ver el bosque o el bosque no te deja ver el árbol?
Tampoco nos llevemos a engaño, que lo que los americanos denominaron one hit band ha existido toda la vida. Esos grupos que son flor de un día, con una canción, hipsters los llamaban los modernos, algunos por mala suerte y otros, hace más tiempo, porque eran bandas prefabricadas por discográficas para triunfar con un solo pelotazo, especialmente en fechas veraniegas.
Pero el fenómeno que hoy nos ocupa se viene observando hace unos años, ya me lo decían muchos amigos, que no dejaban de escuchar discos "de una sola canción", trabajos en los que te quedas con un tema porque el resto es bazofia o porque el tema en cuestión sobresale con mucho de entre el resto. A mi mente viene un ejemplo que quizás no sea el más apropiado, pero ya lo he dicho en otra ocasión: la bomba con tintes northern que para mí es el Mercy de Duffy se encuentra en un disco altamente soporífero, lo cual nunca dejará de sorprenderme. Y por cierto, que esta chica, quitando el Rain on your parade, tampoco ha hecho nada más digno de mención.
Los nuevos usos y costumbres musicales no han hecho más que fomentar este fenómeno. Pero si nos retrotraemos en el tiempo, veremos que no es más que la culminación de un hábito que venía asentándose entre la comunidad melómana. En mi caso personal, la revolución inicial se produjo con un equipo de música que incluía una doble pletina de cassette con búsqueda de tracks, esto es, una opción para que al rebobinar o avanzar la cinta, se detuviera al final o al inicio de una canción. Fascinante para una época en la que el CD todavía era algo incipiente. Más adelante los precios bajaron y le cogimos gusto al compacto y entonces sí que vino la toma de la Bastilla: ¡puedes elegir qué canción escuchar! Adiós a esos aburridos discos en los que la joya estaba al final y adiós en general al último tercio de cualquier disco porque uno empieza a escucharlos y, si no los termina, nadie vuelve a poner el CD en el track en el que se quedó. ¿Y recuerdan la opción de programar las canciones? ¿Alguien la usó alguna vez? Dos pájaros de un tiro, te cargabas el significado de un disco y potenciabas el arrinconamiento de las canciones que a nadie le apetece escuchar. Qué cosas.
Por supuesto en todo este ambiente transgresor circulaban las cintas de cassette con "grandes éxitos", en las que uno se grababa solo sus canciones favoritas. Más adelante haríamos lo mismo con CDs. Guaaaaau.
Y entonces llegó el mp3 y con él llegó el escándalo. Descargas legales o ilegales y un fenómeno curioso: los discos dejan de ser una obra cerrada para convertirse solo en una colección de canciones, en las que uno coge las que le gustan. Te compras temas en Itunes o bien te bajas lo que te apetece, porque sabes que hay una canción de un artista que pega y te la trae al pairo el resto de sus temas o su discografía. Te haces una lista de reproducción en Spotify o Youtube y concentras lo mejor de lo mejor. ¿Cómo no va a haber discos de una sola canción? Y esto nos lleva a mi pregunta inicial: ¿hacen discos mediocres los artistas/sellos con un trallazo sabiendo que solo se escuchará éste o el público se ha acostumbrado a coger la canción que más le gusta, descartando el resto de tracks? ¿El árbol no nos deja ver el bosque o el bosque nos impide disfrutar del árbol?
Para ilustrar estas reflexiones, les traigo un ejemplo personal. Un temazo de Jay Jay Johanson, cuyo disco tuve entero en mi Ipod pero acabé por descartar a excepción de esta joyita. ¿Craso error? No llego a todo... :)
domingo, 12 de junio de 2011
Nuevos usos y costumbres musicales
DORIS DAY: QUÉ SERÁ, SERÁ
What will I be?
Decíamos ayer*... que los nuevos tiempos avanzan con una velocidad imparable y lo devoran todo a su paso, nuestras almas, nuestras vidas privadas y nuestra esencia como seres humanos, si es que alguna vez la tuvimos. Podríamos citar cientos de pequeños actos cotidianos que han cambiado con una rotundidad desmedida, no proporcional al paso de los años. Quizás en la última década se haya vivido una revolución tecnológica que a efectos prácticos ha supuesto un avance de medio siglo, si pensamos que no hace tanto sólo existía una cuenta de correo electrónico en las oficinas o las conexiones a internet eran con módem telefónico.
Por lo que a mí respecta, mi naturaleza más bien conservadora me hace incorporarme tarde pero de pleno a los avances, no sin cierto vértigo y mucha nostalgia por esos tiempos en los que uno dejaba recados para que le devolvieran las llamadas o llevaba fotos a revelar. Pero sin duda lo que más me llama la atención es, por si no lo han adivinado ya, todo lo relacionado con el consumo de música. Y me surgen ciertas inquietudes que les transmitiré en forma de preguntas.
Yo antes escuchaba centenares de veces seguidas los discos que me compraba o me regalaban. ¿He perdido el interés o ha bajado la calidad de los discos?
¿Será que la pérdida del formato físico ha provocado de alguna manera una despersonalización del producto (no se toca, no hay caja, no hay libreto) y con ello una desvinculación por parte del oyente?
¿Será que la posibilidad de tener a nuestra disposición millones de canciones, gratuitas o no, nos dificulta la elección y por tanto nos lleva a perder el interés? ¿El bosque no nos deja ver el árbol?
Abro hoy una serie de breves reflexiones sobre este tema que en los últimos tiempos ocupa bastantes horas de reflexión en mi maltrecha cabeza.
#1. "A la carta". Quien come de buffet siempre deja de probar algo.
Supongo que ya habrán oído esta expresión en los últimos años aplicada a contenidos digitales: televisión a la carta, música a la carta. Se trata de que, por poner un ejemplo, el televidente ya no tiene por qué tragarse una serie de programas que no le interesan o soportar la tiranía de los horarios para ver algo, ya que puede elegir su "menú" televisivo en la web correspondiente. Uno ve sus series favoritas, informativos, contenidos especiales... todo cuando y como quiere.
Durante mi periplo alemán, recién llegada, tuve ocasión de ver (por cierto, a la carta) el "Operación Triunfo" de los teutones, que daría para varios post ya que se muestra a una panda de chavalitos y chavalitas con la edad justa para votar, en una academia en una isla caribeña, en la que el jurado vota a pie de playa, casi casi en la orillita. Jurado surrealista que preside el rubio de Modern Talking, que, ustedes me perdonarán, ahora mismo no sé cómo se llama. Sin desviarme, resulta que en uno de los programas un dúo de niñito y niñita destrozó el Qué será, será que popularizó Doris Day en El hombre que sabía demasiado. Ante la crítica feroz del jurado, uno de ellos adujo inocentemente que jamás había oído antes la canción y por eso no se sentía cómodo cantándola, ante lo cual el tribunal a pie de playa reaccionó aún con más dureza, alucinados por lo que consideraban una muestra de ignorancia supina. Viendo el programa con más gente, alguien se unió a este argumento, defendiendo que el Qué será, será lo hemos escuchado todos hasta la saciedad.
¡Bingo! "Todos", he ahí la cuestión. No se trata de que alguien sea demasiado joven para conocer una canción de los años 50, sino de que hoy en día ya no existe una radio o una televisión en la que uno se traga todo y retiene nombres y canciones que no necesariamente le gusten. Ya no está esa emisora que tu padre escuchaba y en la que te acostumbraste a oir esa canción que luego conoces y recuerdas únicamente por eso, porque nadie se hizo una lista de reproducción "a la carta". Dejando al margen que la presencia de la música como contenido en la televisión es irrisoria, nadie ve programas en los que suenen canciones de otro tiempo porque una generación que probablemente no conoce a Doris Day o Hitchcock, sólo consume lo que le interesa. Y esto no es una perogrullada, párense a pensarlo, tiene que ver con unos tiempos en los que uno sigue un camino y no se para a ver desvíos ni alternativas, aunque sea para ejercer la única libertad, que es la de decidir no hacer o no consumir algo.
Por lo tanto, sin extenderme más, no se puede culpar a nadie de no haber oído el Qué será, será porque, seamos francos, ¿dónde suena esa canción hoy en día? Si Enrique Iglesias no hace una versión, difícilmente podremos encontrarla en ningún sitio.
Y ahora, por aclamación popular, la canción:
*No pregunten. ¿Para qué? Yo en ocasiones cuando reaparece un buen amigo no le digo de dónde viene, simplemente me alegro de verlo.
What will I be?
Decíamos ayer*... que los nuevos tiempos avanzan con una velocidad imparable y lo devoran todo a su paso, nuestras almas, nuestras vidas privadas y nuestra esencia como seres humanos, si es que alguna vez la tuvimos. Podríamos citar cientos de pequeños actos cotidianos que han cambiado con una rotundidad desmedida, no proporcional al paso de los años. Quizás en la última década se haya vivido una revolución tecnológica que a efectos prácticos ha supuesto un avance de medio siglo, si pensamos que no hace tanto sólo existía una cuenta de correo electrónico en las oficinas o las conexiones a internet eran con módem telefónico.
Por lo que a mí respecta, mi naturaleza más bien conservadora me hace incorporarme tarde pero de pleno a los avances, no sin cierto vértigo y mucha nostalgia por esos tiempos en los que uno dejaba recados para que le devolvieran las llamadas o llevaba fotos a revelar. Pero sin duda lo que más me llama la atención es, por si no lo han adivinado ya, todo lo relacionado con el consumo de música. Y me surgen ciertas inquietudes que les transmitiré en forma de preguntas.
Yo antes escuchaba centenares de veces seguidas los discos que me compraba o me regalaban. ¿He perdido el interés o ha bajado la calidad de los discos?
¿Será que la pérdida del formato físico ha provocado de alguna manera una despersonalización del producto (no se toca, no hay caja, no hay libreto) y con ello una desvinculación por parte del oyente?
¿Será que la posibilidad de tener a nuestra disposición millones de canciones, gratuitas o no, nos dificulta la elección y por tanto nos lleva a perder el interés? ¿El bosque no nos deja ver el árbol?
Abro hoy una serie de breves reflexiones sobre este tema que en los últimos tiempos ocupa bastantes horas de reflexión en mi maltrecha cabeza.
#1. "A la carta". Quien come de buffet siempre deja de probar algo.
Supongo que ya habrán oído esta expresión en los últimos años aplicada a contenidos digitales: televisión a la carta, música a la carta. Se trata de que, por poner un ejemplo, el televidente ya no tiene por qué tragarse una serie de programas que no le interesan o soportar la tiranía de los horarios para ver algo, ya que puede elegir su "menú" televisivo en la web correspondiente. Uno ve sus series favoritas, informativos, contenidos especiales... todo cuando y como quiere.
Durante mi periplo alemán, recién llegada, tuve ocasión de ver (por cierto, a la carta) el "Operación Triunfo" de los teutones, que daría para varios post ya que se muestra a una panda de chavalitos y chavalitas con la edad justa para votar, en una academia en una isla caribeña, en la que el jurado vota a pie de playa, casi casi en la orillita. Jurado surrealista que preside el rubio de Modern Talking, que, ustedes me perdonarán, ahora mismo no sé cómo se llama. Sin desviarme, resulta que en uno de los programas un dúo de niñito y niñita destrozó el Qué será, será que popularizó Doris Day en El hombre que sabía demasiado. Ante la crítica feroz del jurado, uno de ellos adujo inocentemente que jamás había oído antes la canción y por eso no se sentía cómodo cantándola, ante lo cual el tribunal a pie de playa reaccionó aún con más dureza, alucinados por lo que consideraban una muestra de ignorancia supina. Viendo el programa con más gente, alguien se unió a este argumento, defendiendo que el Qué será, será lo hemos escuchado todos hasta la saciedad.
¡Bingo! "Todos", he ahí la cuestión. No se trata de que alguien sea demasiado joven para conocer una canción de los años 50, sino de que hoy en día ya no existe una radio o una televisión en la que uno se traga todo y retiene nombres y canciones que no necesariamente le gusten. Ya no está esa emisora que tu padre escuchaba y en la que te acostumbraste a oir esa canción que luego conoces y recuerdas únicamente por eso, porque nadie se hizo una lista de reproducción "a la carta". Dejando al margen que la presencia de la música como contenido en la televisión es irrisoria, nadie ve programas en los que suenen canciones de otro tiempo porque una generación que probablemente no conoce a Doris Day o Hitchcock, sólo consume lo que le interesa. Y esto no es una perogrullada, párense a pensarlo, tiene que ver con unos tiempos en los que uno sigue un camino y no se para a ver desvíos ni alternativas, aunque sea para ejercer la única libertad, que es la de decidir no hacer o no consumir algo.
Por lo tanto, sin extenderme más, no se puede culpar a nadie de no haber oído el Qué será, será porque, seamos francos, ¿dónde suena esa canción hoy en día? Si Enrique Iglesias no hace una versión, difícilmente podremos encontrarla en ningún sitio.
Y ahora, por aclamación popular, la canción:
*No pregunten. ¿Para qué? Yo en ocasiones cuando reaparece un buen amigo no le digo de dónde viene, simplemente me alegro de verlo.
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