martes, 15 de junio de 2010

Un mar de miradas perdidas

MANOLO GARCÍA: COMO QUIEN DA UN REFRESCO
Con los ojos que me miran me puedo escapar



“Todos los días me suicido un poco”, decía la enorme Gloria Fuertes en uno de sus poemas adultos, en los que hablaba de soledad y tristeza, con algo de rutina y sentido del humor.

Pues yo, todos los días me enamoro un poco; mis romances duran apenas unos instantes, no se vayan a creer. Viva la promiscuidad efímera.

Me enamoro del chófer del autobús que espera pacientemente con una leve sonrisa a que yo llegue corriendo a la parada, todas las mañanas. Me enamoro de la adolescente que se mete la camisa del uniforme por dentro y se baja la falda mientras llama a su casa para que le abran a la hora de comer. Me enamoro del conductor que, a pesar de cruzar por un lugar indebido, me deja pasar con un gesto cómplice. Me enamoro de la persona a la que ni siquiera veo pero que, cuando hago una gestión de trabajo por teléfono, me trata con suma amabilidad e incluso ríe alguno de mis comentarios. Me enamoro del abuelo que espera a su nieto en un banco de la calle, el mismo niño al que un día le oí decir: “Oye, abuelo, ¿tú no te aburres cuando estás solo?”. Me enamoro del padre guiri que va explicándole a su niña pequeña todo lo que sucede al paso del autobús, hablándole en el inglés más dulce que jamás haya oído. Me enamoro de la mujer que me advierte que llevo el bolso abierto, “por si acaso”, cuando estamos paradas en un paso de cebra. Me enamoro del DJ que de repente, entre el barullo nocturno, acierta de pleno con mi canción favorita, una de esas que no suele sonar y que te deja con la boca abierta. Me enamoro del viejo rocker que a altas horas de la madrugada charla con sus amigos sobre Gene Vincent y se permite la licencia de llamarle Juan Vicente. Me enamoro del dueño del bar que me ha visto crecer y todavía me sigue preguntando por “mis padres”, con una mirada entre lasciva y entrañable. Me enamoro de las personas que coinciden en la parada del autobús a diario conmigo y que forman un anónimo y mudo grupo de amigos. Me enamoro del amigo o la amiga que te encuentras accidentalmente por la calle y decide enviarte luego un mail o un sms diciéndote lo mucho que se ha alegrado de verte. Me enamoro de las mujeres que, detrás de un mostrador, me dicen “bonica” o “arregladito, cariño”. Me enamoro de la persona que me deja pasar en el súper cuando ve que llevo sólo una o dos cosas y también me enamoro de las que me agradecen el gesto a la inversa.

Imagino que algo así es lo que siente Manolo García en esta canción, Como quien da un refresco, en la que habla de miradas... azules, verdes, de todos los colores. Ojos que te encuentras a diario y que permanecen sólo unos segundos en tu memoria, pero de alguna manera, te hacen sentir que no estás solo. Como contrapunto necesario, no puedo evitar confesarles que además de enamorarme fugazmente, también me suicido un poco todos los días.

1 comentario:

polo dijo...

Muy sentido tu texto. Aparte de no ser 'fans' de Manolo (sí del El Último de la Fila hasta Como la cabeza al sombrero, gran obra), debo decirte que firmo tus frases.

Considero que es válido ese Me enamoro. Suena un poco fuerte a lo Rocío Jurado (je,je), pero, si no me enamoro 24 veces al día -bueno, con dos o tres veces-, el día resulta vacío. Cuando digo enamorarse, también digo que es una atracción irresistible. Que me quedaría mucho pero que mucho rato con esa persona.

Me han gustado especialmente las alusiones al padre DJ, al dueño del bar y a las mujeres linsonjeras. Lo del suicidio, mejor lo dejamos por hoy.
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